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Blanca Nubia Monroy

Era 2 de marzo del año 2008 cuando Julián Oviedo Monroy, el hijo de Blanca Nubia Monroy, de penas 19 años, desapareció. Había salido a encontrarse con alguien y a su salida le pidió a su madre que le guardara comida porque no pensaba demorarse. Fue la última vez que lo vieron con vida.

 

Un día después, tropas del Batallón Santander, reportaron un supuesto ataque por parte de un grupo de militantes del ELN en el municipio de Ocaña, e informaron que en el cruce de balas había sido abatido Julián Oviedo Monroy.

 

Así, mientras los militares que sin compasión alguna participaron en el asesinato de Julián recibían condecoraciones por la ejecución, Doña Blanca, permanecía inútilmente en su casa a la espera del regreso de su hijo, al tiempo que las horas sin su hijo se hacían cómplices del sufrimiento y la incertidumbre perturbaba hasta el último de sus pensamientos.

 

En su búsqueda tocó puertas en el puesto de policía de Compartir, en hospitales, en Medicina Legal y en la Fiscalía, a este último lugar se dirigía cada dos meses para preguntar sobre las novedades del caso de su hijo, pero las respuestas eran apáticas e indolentes “la última vez que fui, me dijeron –mire señora, aquí han venido muchas mamás, como viene usted, llorando, sufriendo, porque sus hijos están desaparecidos y ¿dónde están sus hijos? bailando, rumbeando con sus novias”.

 

Para ese momento, ya habían pasado seis meses después de la desaparición y empezaban a surgir rumores que indicaban que los muchachos que habían desaparecido en Soacha estaban apareciendo muertos en Bucaramanga, hipótesis que fue confirmada posteriormente por Doña Blanca en Medicina Legal.

 

“Fue la experiencia más dura de mi vida” recuerda con voz entrecortada Doña Blanca, quien tuvo que soportar en menos de ocho meses la partida de su madre y la noticia de la muerte de su hijo, aunque reconoce que ante la angustia por la desaparición de Julián, casi no sintió la muerte de su mamá.

 

Doña Blanca es la analogía del conflicto armado en Colombia, ha sido víctima de los paramilitares, de la guerrilla de las FARC y del Ejército Nacional, sabe lo que es dejar sus cosas y huir de su casa por las constantes amenazas de los grupos armados, sabe lo que es perder a sus hermanos y a su hijo en medio de un enfrentamiento absurdo y, además, sabe lo que es vivir con la nostalgia y el dolor de las heridas de la guerra.

 

Su fortaleza la ha llevado a plasmar las dolorosas historias de sus hermanos asesinados en las telas coloridas que escoltan sus pasos y blindan su corazón ante el odio y el resentimiento, a través del programa del Costurero de la Memoria promovido por el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.

 

Doña Blanca cose y cose silenciosa y parece disfrutarlo, tal vez pretenda remendar sus anhelos y esperanzas o tal vez quiera tejer la memoria que permanece incólume en su alma, lo cierto es que entre hilos, encajes y una aguja maniobrada por sus manos orondas que entra y sale por los poros de las telas que le devolvieron la ilusión, va transcurriendo su tiempo tranquilo mientras olvida penas, desahoga pesares y perdona corazones.

 

“Al principio, nosotros teníamos mucho odio y mucha rabia hacia los militares, yo veía un militar y me enfurecía, ya al menos veo a un militar y como que respiro profundo y digo  ̶ bueno, ellos no mataron a mi hijo ̶  (…) el tiempo nos ha ayudado a perdonar, a los únicos que yo no perdono es a Mosquera y a Tamayo: Mosquera porque él era el que dirigía la cuadrilla el día que mataron a mi hijo y porque es una persona que a pesar de que es un asesino, es imponente (…), y a Tamayo porque él fue el que dio la orden para cobrar la plata que les dieron por este hecho” afirma esta madre que sigue exigiendo justicia.

 

Aunque se declara una escéptica de la paz en Colombia, Doña Blanca, sueña con que algún día, sus nietos o bisnietos puedan jugar tranquilos en los parques de sus barrios y los niños del campo puedan correr sin peligro tras una mariposa, o coger las frutas de los árboles que se alzan ante su mirada.

 

Su objetivo final es hacer un mural de denuncia con las telas en las que todos los miembros del programa del Costurero de la Memoria, han plasmado sus historias, para finalmente sellar su duelo y alzar su voz cubriendo el Palacio de Justicia con el dignificante tejido  de la resistencia. 

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