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Transformación: perdón y reconciliación

 

“Perdonar puede no transformar lo vivido, pero cambia lo que vendrá. El odio es un veneno que te tomas, queriendo ver sufrir a los demás. Es un velo que te impide ver los colores de la vida”, María Mercedes Abad.

 

La transformación no es una consecuencia sino una condición inalienable del arte, en tanto, el arte crea mundos y en esa creación las subrealidades se transforman. Pero si bien el artista se adentra en un proceso de transformación, no puede involucrar a otros, de lo contrario el arte deja de ser arte y se convierte en instrumento al servicio de intereses particulares. En este sentido el arte es elección y dictamen.

 

Así, para el caso de las víctimas del conflicto armado que se han involucrado a las prácticas artísticas, la reconciliación y el perdón no puede ser exigible, sino que debe ser producto de un proceso individual de catarsis y reflexión, acompañado de verdad, justicia, garantía de no repetición,  dinámicas efectivas y solidarias de reintegración.

 

Para Camilo Gonzáles Posso, Director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, “ahí hay una carga impresionante de exigencias a la sociedad y a la población de víctimas para que hagan perdones unilaterales” por lo que es necesario “desarrollar una cultura democrática, una ética pública, una cultura de solución pacífica de conflictos, una apuesta a la convivencia democrática y desde lo público eso significa transformaciones institucionales, no acciones forzadas frente a los individuos para que se den abrazos con sus victimarios”.

 

Es decir, el arte transforma en tanto tiene la capacidad de descubrir lo humano cotidiano, pero no puede ser una atroz técnica casi mecánica, que se olvida de la naturaleza del ser humano.

 

En Colombia, está muy abandonada la noción de lo que puede hacer el arte en la sensibilidad de la gente. Patricia Ariza, Directora de la Corporación Colombina de Teatro, señala que “no hay una consideración a nivel de política de Estado de lo que representa la cultura y de lo que representa el arte”.

 

Y es que son múltiples las acciones de reconstrucción del tejido social que, acompañadas de los procesos adecuados, puede logar el arte en sus diversos escenarios a través de la sensibilización. Edwin Cubillos hace parte del grupo de prácticas artísticas y culturales de la Dirección del Museo Nacional de la Memoria y afirma que “el arte y las prácticas culturales ayudan al trámite del dolor, promueven ejercicios de sanación, de hacer manifiestos momentos del dolor que quizás bajo otras condiciones no es posible transmitir y hacer posibles".

 

Esto porque en el ejercicio de creación colectiva, de encontrarse con otras personas que también han padecido el drama de la guerra, y con personas que solidariamente intentan hacer visibles estas iniciativas, van encontrando formas de asumir el dolor.

 

Por otro lado, Luis Carlos Manjarres, Coordinador del componente de Comunicación del Museo Nacional de la Memoria, afirma que la denomina dignificación del ausente o del sobreviviente, así como la catarsis, la superación del duelo y, la posibilidad de reconocimiento, pues, de acuerdo con él, la Teoría del Olvido Activo, formula que una persona no puede olvidar, perdonar o recordar sin rencor algo que no ha escrito, por lo que el individuo debe ser capaz de escribirlo bien sea en una canción, en una obra o en una poesía y saber qué es aquello, para recordarlo de una manera positiva e incluso atreverse a contarlo con fortaleza.

 

“Lo interesante es como la gente logra transformar el dolor en fuerza, transformarlo en otra cosa, usted habla con las madres de Soacha ahora y son personas que ya son capaces de transformar el dolor en reclamo, conocen de leyes, son capaces de preguntarle a los órganos de justicia, al Presidente de la República, son capaces de sensibilizar al público” señala Patricia Ariza.

 

Y como las madres de Soacha hay muchas más víctimas igual de valientes que se han empoderado a través de las expresiones de sus cuerpos y de sus almas para superar el dolor “yo veo que para eso la relación con los lenguajes artísticos es impresionante, no encuentro algo que tenga un valor mayor, es extraordinario. Cuando una persona en medio de un trauma o de una agresión violenta acepta comunicar sus sentimientos, sus impresiones o hacer un relato de lo que sucedió, le permite colocarlo a la conversación pública y eso yo creo que facilita desde el punto de vista individual un proceso de reparación, de reconstrucción” afirma Camilo Gonzáles Posso.

 

Estas funciones del arte y la cultura se hacen imprescindibles para hablar de la reconciliación y la reparación simbólica, una reparación de la que, valga decirlo, deben hacer parte de unas medidas de satisfacción que garanticen la posibilidad de que las víctimas estarán en un mejor estado del que estuvieron cuando fueron afectadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El ejercicio de reparación simbólica, así como el de reconciliación, debe pasar, entonces, por un ejercicio de reflexión sobre los daños y posibilitar el reconocimiento de las propias iniciativas que constituyen escenarios de lucha propia y cotidiana por hacerse visibles sobre las propias maneras de ver y asumir el mundo, ese reconocimiento no solo pasa por la visibilización, por la puesta en escena que implica una acción artística o cultural, sino que pasa por el fortalecimiento, por la posibilidad de dignificar los relatos, de humanizar el conflicto, desde los daños que ha causado, pero también desde las formas de resistencia a las que muchas comunidades se han acogido.

 

 

 

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