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Doris Tejada

La última vez que Doña Doris Tejada vio a su hijo Oscar Alexander Morales de 26 de años, fue el 18 de diciembre del 2008 cuando este viajó desde Fusagasugá a Cúcuta a visitar a uno de sus hermanos y con la promesa de encontrar un trabajo mejor. Por esas fechas y con las emociones que despiertan la llegada de cualquier diciembre, su hijo se estuvo comunicando constantemente. Pero desde el 31 de diciembre no se volvió a saber nada más de él, su llamada, comenta Doña Doris, fue como de quien no quiere colgar; se despidió con palabras amorosas, cargadas de gratitud y nostalgia.

 

Doña Doris, con voz entre cortada recuerda hoy sus palabras como si no hubiera pasado ni un solo día desde aquel lamentable suceso. Según indica, después de tres largos años abaratados de incertidumbre, desespero y ansiedad, su cuerpo apareció sin vida dieciséis días después de su última llamada, asesinado en El Copey, extremo norte del Cesar.

 

Para sumarle otro dolor a su historia, su hijo, según informes del CTI, la Fiscalía y Medicina Legal, establecieron que el joven se encontraba en una fosa común. Una desconsolada y lamentable realidad con la que Doris tiene que vivir hoy. Como una herida que no sana y como un dolor que no termina por remendarse de ninguna forma, es lo que ha significado para Doris no poder enterrar con dignidad a su hijo.

 

Los militares acusados por el asesinato de Óscar Morales, no dan razón y pista alguna de donde fue exactamente enterrado. Doña Doris viajó con su esposo, Darío Alfonso Molares -quien ha sido el bastón que ha sostenido su estremecido corazón-, en noviembre del 2014 al El Copey, en búsqueda de respuestas que han perseguido su mente durante todos estos años.

 

Según cuenta Doña Doris, las preguntas sobre su muerte no se hicieron esperar durante el viaje y a la llegada de este. “Mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente divagaba en otros lugares intentando encontrar respuestas. Respuestas que hoy todavía no llegan”, comenta.  Aunque el momento fue desgarrador, también fue aliciente para Doris visitar y recorrer el cementerio donde se estima se encuentra la fosa común. A diferencia de las otras madres que han atravesado la misma situación, para Doris su duelo ha sido más espinoso por no poder siquiera tener la certeza que su hijo aunque sin vida se encuentra cerca.

 

Esta madre, lleva consigo una camisa blanca estampada en el centro con una fotografía de su hijo, sostiene su tela de fondo amarillo y alegres colores como la insignia más grande que haya podido crear. Su tela, es el homenaje que le hace a Oscar, a su familia y a este país que olvida con facilidad. El orgullo de sostener su obra artística habla por sí sola, no se aleja por mucho tiempo de ella, la extiende cuidadosamente donde mayor visibilidad tenga y no la suelta ni un segundo mientras narra su historia.  

 

Cuando es el turno para exponer su arduo trabajo, habla pausado, con voz árida, un tanto tímida pero contundente. Habla de su vida, de su historia y de Oscar como un hijo que fue amado y es terriblemente extrañado. Doña Doris, cose cada retazo y con el cose también cada recuerdo. Porque para Doris coser significa coser su memoria. Allí en el momento de atravesar la aguja entre telas su mente toma distancia y se traslada al momento cuando sus hijos aun eran tan pequeños que no podían cuidarse por sí solos. La aguja y la tela tienen el poder de coser su vida y con ella cada una de sus experiencias en la que su momento llenaron su vida de felicidad.

 

Coser se ha convertido en el antídoto por el cual su mente pasea y repasa la sonrisa la mirada y las palabras de Oscar. Relata que aunque la nostalgia taladra su corazón, esta no es tan amarga como cuando cose, porque cuando Doña Doris cose el mundo por un momento parece detenerse y se detiene para que ella con esmero, paciencia y exactitud retrate entre hilos pensamientos, alivios e infinitas emociones.

 

Doña Doris, acudió a las madres de Soacha por recomendación de un vecino de Fusagasugá, que la motivo para acercase a ellas con la esperanza de un su momento encontrar a Oscar. Fue luego de varias visitas y reuniones que accedió hacer parte del proyecto Costurero de la Memoria, un proyecto impulsado por el Centro de Memoria Paz y Reconciliación que reúne a mujeres víctimas del conflicto que han dejado a su esposos, hijos, sobrios y hermanos sin vida.

 

Todos los jueves sin falta Doña Doris, asiste a los talleres que se llevan a cabo en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación. Alista su maleta, su mente y su buena voluntad para viajar desde Fusagasugá a reunirse con el resto del grupo de mujeres, que con historias tristes y fuertes, transforman su dolor en valentía para salir a las calles a contar lo que les ha acontecido.

 

Ser parte de esta iniciativa para Doris ha sido devolverle la sonrisa, según relata. Reunirse con otras mujeres que de alguna u otra forma comprenden su dolor ha sido reparador y restaurador. Allí, ella y sus compañeras, son por un momento libres de una realidad que quebranta, pero que cada día las llena de más fuerza y orgullo. Porque Doña Doris como ellas, son la definición de valentía y coraje.  Estas mujeres se han convertido en un instrumento de tal poder, que quien las escucha no solo se siente conmovido, sino confrontado de una realidad aunque parece lejana se encuentra ahí a su lado, ahí muy cerca.

 

Doña María no pudo ver cumplida la promesa que le hizo su hijo, que cuando cumpliera treinta, este estaría casado y con varios hijos, pero si ha visto como cientos de personas se aglomeran para escucharla hablar, para verla coser y  luchar con su tela amada, que las fosas comunes y los muertes que hay en ellas no queden en la impunidad.  

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